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La singular nobleza de Dian Fossey

Muchos no entenderían por qué alguien dejaría todo por perseguir un sueño. Mucho menos si este sueño implica el aventurarse a lo desconocido por completo. Cambiar los amigos, la familia y la comodidad, por ir a otro continente, aventurarse en la selva Africana, a los montes Virunga, y convertirlo en su nuevo hogar por más de una década. Dian Fossey es esa persona que entregó su vida por lo que creía y por su gran pasión: Observar y estudiar a los Gorilas de Montaña.


Su viaje, financiado por la National Geographic, inicia en los años sesenta y duró más de años. A partir de entonces, Fossey, inicia un acercamiento inédito hacia los gorilas, una especie en peligro de extinción. La mala publicidad había hecho creer a la opinión pública de que los gorilas eran unos animales agresivos, que atacarían a los humanos sin miramientos. Dian Fossey logró probar lo contrario. En su libro, “Gorilas en la Niebla” relata el éxito de trece años de estudio, en los que logró ser aceptada, no como parte del grupo, pero sí como una forastera, observadora, no invasiva y respetuosa. Los gorilas nunca le hicieron daño a Dian Fossey. Por el contrario, algunos mostraron un genuino afecto por ella.


Su involucramiento con los gorilas de montaña la llevaron a tener un conocimiento profundo y un entendimiento de sus necesidades. Fossey llegó incluso a ver a estos animales como mucho más que un objeto de estudio, y llegó a afirmar que varios de ellos eran sus amigos. Esto la condujo a implicarse en muchos otros problemas del parque Karisoke, y de los tres países a los que pertenecía: Ruanda, Uganda y el Zaire.


Fossey llegó, en muchas ocasiones, a tomar medidas extremas, en pro de preservar la especie. La caza estaba, y sigue estando, prohibida en las montañas del parque Karisoke, pero esto no impedía que cazadores furtivos instalen trampas para atrapar antílopes u otros animales que les sirva de sustento. Aunque el objetivo de estos cazadores no era la caza del gorila, en sus trampas podían caer igualmente los protegidos de la investigadora. Por esto, ella se dedicó a destruirlas y a luchar contra un problema que no se encontraba en la lista de prioridades de ninguno de los países a los que pertenece el parque Karisoke.



Sus muchos enfrentamientos contra el turismo no regulado, que interfería con el bienestar de los gorilas; su lucha contra la captura de gorilas para ser exhibidos en zoológicos y contra los cazadores furtivos, la llevaron a asumir riesgos y a cultivar enemigos a su alrededor. Esto, especialmente después de que tres de sus gorilas fueran asesinados por los cazadores y luego descuartizados para vender sus cabezas y manos por unos pocos dólares. El triste final de Dian Fossey es solo confirmación de su sacrificio apasionado. Su asesinato, en su cabaña en el parque, nunca ha sido esclarecido.


La lucha de Dian Fossey no fue en vano. El Centro de Investigación Karisoke, que creó y dirigió por veinte años, existe hoy, sostenido por los que alguna vez fueron alumnos interesados como ella en estudiar al gorila de montaña. Aún hoy pervive el “Fondo Digit” (en honor al primer gorila asesinado), el cual se dedica a recaudar fondos para la preservación de la especie. Su legado ha ido incluso más allá de sus propias expectativas: Dian no esperaba que los gorilas sobrevivieran quince años más. Sin embargo tras el censo de 2016, se ha constatado que en Karisoke hay más de 800 individuos, casi el cuádruple de los que había en 1980.


La historia de Dian Fossey demuestra que la pasión es clave a la hora de enfrentarse a un viaje, de asumir lo desconocido como forma de vida. El respeto y conocimiento real del otro son fundamentales a la hora de hacer un acercamiento sincero. Sin embargo este es un objetivo que solo puede ser alcanzado con tiempo y mucha paciencia. A pesar de los muchos logros de Fossey, cabe acotar también que ningún extremo es bueno. Así como ella sintió los sufrimientos de los gorilas como propios, no hizo lo propio por los de su propia especie.


Entonces, solo queda hacer una última pregunta: ¿Cuál es el límite a la hora de relacionarse con “el otro”? No existe una respuesta precisa. Pero algo queda en claro: el viajero nunca debe perderse por completo, siempre debe buscar el balance, estar atento a lo que sucede a su alrededor.



Consejos para viajeros:

  1. El viaje y el destino tienen que ser totalmente apasionantes para el viajero. Debe haber un llamado, un “algo”, que le invite a acercarse a ese lugar, a observar, a estar, a recibir de eso que es desconocido.

  2. El tiempo es clave a la hora de comprender la cultura, sociedad o lugar al que el viajero se ha dirigido. Un solo vistazo no basta para conocer a profundidad aquello que le resulta “distinto”. Para lograr una conexión real, hay que tener mucha calma.

  3. Los extremos no son buenos. Observar al “otro” desde la propia perspectiva impedirá al viajero conectarse realmente con lo que está sucediendo. Tampoco debe sumergirse al punto de perder toda perspectiva. El balance siempre es necesario.

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