Autopistas de algo más de 1.000 km separan a la ciudad condal de la capital andaluza. Sin embargo, Barcelona ha tomado una de las festividades más emblemáticas del sur y lo ha reconvertido en una semana de festejos en el norte del país.
Hablamos de la renombrada Feria de abril de Sevilla, que atrae a más de 3 millones de personas entre locales y turistas y que, debido a su fama internacional y al gran número de andaluces que viven en Cataluña, Barcelona dedica cada año un espacio a acoger a una feria similar a su hermana del sur igual de dinámica y folclórica que la original. Con casi un millón de visitantes y su llegada un poco tardía este año, la feria cerró con gran éxito de afluencia.
El origen catalán de esta peculiar fiesta popular lo encontramos en 1971, en Castelldefels, cuando apenas eran cuatro las casetas que los migrantes andaluces de la zona instauraron en la zona, poco a poco se fue ampliando hasta lo que es hoy en día.
Se ubica en el Parc del Fórum con más de 90 casetas de las Asociaciones andaluzas la comunidad catalana. Este año específicamente se celebró la 46ª edición del evento y tuvo lugar del 28 de abril al 7 de mayo. A la entrada, ubicada al lado del Museu Blau (o Museo de ciencias naturales) se accedía a través de un gran pórtico seguido de una hilera de luces que simulaba al que establecen en la capital sevillana, este año en tonos verdes y amarillos, lo que recuerda a la bandera de Andalucía.
El recinto se dividía en dos partes: el “Real de la Feria” que toma el mismo nombre con que lo denominan el sur, es propiamente el espacio de pasillos donde se distribuyen todas las casetas a los lados; y la “Calle del Infierno” a lo largo de la cual se disponen todas las atracciones y puestos de tómbola para los pequeños y no tan pequeños de la casa. Cabe destacar la gran noria que se eleva en medio del circuito, contratas con los hoteles y rascacielos que se elevan por detrás de la playa Fórum.
De regreso al “Real”, es delito perderse alguno de los numerosos espectáculos de flamenco que tenían lugar en cada caseta, donde el público, vistiendo sus mejores galas con el traje flamenco de volantes y lunares, mantón de Manila, recogido en el pelo y flor en la cabeza, se animaba a bailar al son de un acorde de guitarra o al ritmo de las sevillanas. Tampoco faltó el rebujito, bebida hecha a base de vino manzanilla y mezclado con un refresco de gaseosa. La atmósfera reamente transportaba a la alegría y el júbilo del sur.
Por supuesto, no hay una buena fiesta sin su buena y merecida gastronomía. No escaseó la paella, plato estrella que se cocinaban en grandes paelleras a la vista del público que paseaba entre las casetas. Papas a lo pobre, churrasco, calamares, carnes a la brasa, entre otros productos de la casa que llenaban los platos de los que se quedaban hasta el final de la celebración.
Un marco único que une la modernidad del entorno con la tradición popular andaluza para dar la bienvenida a la primavera.