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Una cita improvisada

Cinco cubiertos en la mesa, mucho apetito y una cocina autóctona dispuesta a hacer delicias a nuestro paladar. Esos fueron los ingredientes que nos condujeron a un primer contacto con la gastronomía rumana.

El encuentro, un lunes por la noche en uno de los referentes de la cocina rumana en Barcelona: el Restaurante Transilvania, en L’ Eixample. Decorado en tonos rojizos, piezas de artesanía y cerámica, así como la vestimenta tradicional del país cuelgan de sus paredes, y abanderando el local, como no podía ser de otra manera. La bandera de Rumanía que transporta a más de 2.700 km. de distancia hacia Europa del Este.


Cinco comensales dispuestos a degustar por primera vez aquellos sabores que les esperan en el país de Drácula. La carta, escrita en castellano, inglés y rumano ofrece en sus dos primeras páginas bocadillos y tapas propios del país receptor, para después dar paso a la verdadera gastronomía rumana. Dividida en entrantes fríos, entrantes calientes, caldos, carnes a la brasa, pescados, especialidades y postres, dispone de una foto a cada pie de página de uno de los platos más típicos nombrados en el menú. La elección de los platos para esa noche resultó ser ardua, pero sin duda, acertada.


El primer plato escogido a recomendación de la mesera fueron unos sarmale o rollitos de carne con arroz envueltas en hojas de col para compartir. Un plato exquisito y que se sirve especialmente en las celebraciones religiosas como Navidad o Semana Santa. Se acompaña normalmente de smântână por encima, una variedad de crema agria, y mămăligă.

Posteriormente, se ordenaron platos de pollo cremoso al pimentón con mămăligă, una variedad de la polenta italiana que consiste en un pan elaborado con harina de maíz y sémola que da lugar a una masa de color amarillo. El toque suave aportado por la nata y el pimentón al pollo es una auténtica delicia que despertó el deseo de repetir próximamente en tierras romanescas.

El siguiente elegido fue un estofado de polenta, huevo y queso, recomendación también de la casa, que contrastaba a la perfección el fuerte sabor de la carne y el chorizo con la combinación de pimiento, queso y especias en la salsa. Buena sazón, perfecta cocción y un aire casero que transmitía la vieja cocina de la abuela.

Por último, no hubo lugar a dudas en el postre. El renombrado papanași, el dulce estrella del país, se trata de unas rosquillas rellenas de queso de vaca dulce y servidas por encima con smântână, mermelada de frutas rojas y azúcar glas. Toda una explosión de sabores en el paladar que lo hace indescriptible, y más bien muy recomendable de probar.


Con esto, se pone broche de oro a la primera de muchas cenas que se aproximan a la vez que se cuentan los días para viajar al país de Transilvania, donde seguro aguardan muchos platos de una cocina que mezcla sabores de los países vecinos con la calidad y el alma del que la prepara.


¡Rumanía, estamos deseando comerte!







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