En fila de una en una y por caminos marcadas por sus contundentes pisadas, las mulas del restaurante La Mola realizan su labor cargando la mercancía que abastece una jornada más a los comensales que han llegado hasta la cima. Una vista panorámica inigualable a 45 kilómetros de la ciudad, una cocina catalana envidiada por los mejores restaurantes y un aire puro que aún la polución de la gran urbe no ha podido alcanzar, son los ingredientes que estimulan a los excursionistas a calzarse sus botas de montaña y emprender el camino, que en el pasado realizaban los monjes desde el monasterio de Sant Cugat hasta el monasterio de Sant Llorenç de Munt con total de 25 kilómetros de distancia. Unos empujados por la fe y los otros por la sed de aventura. Pero ambos una misma ruta en la que lo importa no es el destino, sino lo experimentado en el camino.
La travesía comienza tras una encrucijada de medios de transportes que dirigen a los aventureros hasta el pudiente pueblo de Matadepera, a los pies del parque natural, más concretamente al parking Camí de les Monjos, donde guiados por las marcas de camino irán restando kilómetros hacia su destino final. Estas marcas, diferenciadas por dos colores: amarillo y blanco señalan que se trata de un pequeño recorrido (PR) en contraste con las rojas y blancas que señalan el gran recorrido (GR) y las verde y blanco que simbolizan el sendero local. La montaña así extiende sus trucos para mostrar el camino correcto. A medida que el ascenso se vuelve más pronunciado, el horizonte se hace más espléndido. A lo lejos, la montaña serrada de Montserrat, centro natural y religioso de Cataluña, y a sus alrededores, una vista panorámica de Collserola y otros macizos caracterizados por sus paredes de barro solidificado de origen fluvial. Los que tienen ojos de lince se atreven incluso a afirmar que en la línea del horizonte se observa la isla de Mallorca, los días que está despejado. Y desde la cima, se divisan los colosales Pirineos, frontera de España con Francia.
La dificultad de la subida resulta de un nivel fácil-intermedio ya que está sorprendentemente bien trazado a través de postes, las marcas de colores, el trazado de escaleras en las rocas y la colocación de algunas vallas. Destacan una flora de bosques mediterráneos de encinas y pinos y una fauna de jabalíes y caracoles.
Implacables, los caminantes alcanzan el punto álgido del recorrido, el pico de La Mola, a 1.100 metros de altitud y para su sorpresa, en sus últimos pasos se topan con unos peculiares personajes que despiertan la curiosidad del visitante. Se trata de unas mulas, con expresión de fatiga, cargadas a ambos lados con el género que abastece al restaurante de La Mola. Y así, estos animalillos, guiados por David el mulero, realizan su recorrido cuatro días a la semana durante unas 6 horas, entre el pueblo más cercano Can Pobla hasta la cresta de la montaña, por la falta de carreteras que faciliten el trabajo. Y así, estas mulas, cuya historia merece ser conocida y su trabajo por supuesto, reconocido, hacen de puente entre un presente y un pasado que aún sigue muy vigente, especialmente en el extraordinario parque natural de Sant Llorenç de Munt.