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Crónicas mundanas: andanzas insólitas


Enlatado y sin rumbo


Escribió en un papel a dónde quería ir, el chófer asintió con la cabeza desde la ventanilla. Entonces entró por la parte posterior del vehículo, que estaba rebosado de gente. La anciana de ojos azules de la esquina le intento hacer un hueco. Se acomodó como pudo. Hacía calor, mucho calor, unos cuarenta y dos grados. Su nariz era un cuenta gotas de sudor. Los intercambios de dinero se hacían por encima de una treintena de cabezas humanas. Así se compraba el billete. Esperó a que el bus estuviera más holgado. Al llegar hasta conductor, le gesticuló con los dedos de la mano. Cinco dedos le enseñó el hombre. La parada era una incógnita, no se veía ni el nombre de las calles. (Odesa-Ucrania)




Convoy al este

Tren nocturno hacia el este de Rumanía. Los vagones van marcados con números escritos en tiza. La impaciencia de los oficiales le hace escoger un vagón al azahar. Después se da cuenta de que su asiento está en la otra punta del tren. Los pasillos están llenos de gente fumando, perros mal cuidados y policías malhumorados. El viajero encuentra su puesto, pero está dentro de una habitación oscura y cerrada con puerta de cristal. Se atreve a entrar. Rompe el ligero sueño de algunos, menos del joven que duerme en su asiento. Dos palmaditas en el hombro y una visualización del ticket hacen que el chico durmiente se vaya a ocupar otro asiento sin decir nada. En frente hay una gitana. Muchas voces le han hablado mal de “ellos”. La cautela le hace enrollar la mochila en el brazo en lo que cae en algunos sueños intermitentes. Al rato la gitana sale del compartimento. Un grito de muerte se escucha en el convoy. Se lanza al pasillo en busca de una respuesta. Allí encuentra un brazo ensangrentado y otro retenido por un policía. Es la gitana, la cual solloza desesperadamente mientras se la llevan por el corredor del vagón. Se hizo silencio. (Rumanía)




Silencio perpetuo


Toda la ciudad está petrificada, un bosque la ha colonizado. No hay nadie, todos han huido o han muerto allí. Excepto algunos perros callejeros que han sido marcados como ganado de feria. Los símbolos más comunes son una hoz junto a un martillo, al igual que las estampas de Lenin. La arquitectura es comunista, aunque allí el comunismo pereció hace tiempo. Solo quedan cristales rotos que crujen al caminar. Las montañas de máscaras de gas se acumulan en el suelo, el ambiente es impuro. Nada más lejos de la realidad. La saliva sabe a metal, y el contador geiger pita sin cesar. Muchas cosas se dejaron a mitad, y seguirán así durante mucho tiempo. Tiempo que se torno desesperado para la gente de allí. Las volteadas butacas del cine lo demuestran, ellos mismos fueron partícipes de la mejor película de terror. (Chernóbil-Ucrania)


Vehículo multiusos


La estrecha carretera servía de puente entre Rumanía y Moldavia. Sus bordes estaban destruidos, solo servia el centro. Un bus se abalanzaba encima de ella como si no hubiera fin. En su interior gente del Cáucaso y un chofer que más que un chofer parecía un ganster.

El horizonte eran campos de girasoles, en donde sobresalían algunos cuerpos humanos que esperaban la llegada del vehículo. Algunos entraban en el bus, otros recibían paquetes con relojes de marca y piezas de ordenador. En la frontera hubieron dos controles, las chispas saltaron. El chofer se enfrentó a los policías, las medidas de seguridad eran una broma. Algunas maletas pasaron por escáner, otras, eran ignoradas. El autobús prosiguió en dirección Chisinau. Pero no sin antes remolcar a otro bus que se encontraba varado en la cuneta. Entonces la velocidad punta fue de cuarenta kilómetros por hora. El chofer echaba carcajadas, mientras sus pasajeros se derretian con el extremo calor y polvo que entraba por la puerta delantera. (Rumanía-Moldavia)

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