La estación de autobuses de Chisinau era un hervidero de gente, él buscaba alguno que lo llevará hacia Transnistria, uno de los pocos reductos comunista de Europa. Fue preguntando entre los diferentes chóferes que habían en la alborotada calle. El idioma era una barrera, no había entendimiento alguno de ninguna de las dos partes. La casualidad es poca cuando te encuentran lo que estás buscando. De entre todo el barullo surge un hombre que asegura ir a Transnistria. La desconfianza es lo primero que se le pasa por la cabeza, Un imonovolumen espera a su ultimo pasajero para ir al país que no existe. El joven moldavo que está dentro del coche, le explica en inglés la ruta a seguir. Él está conforme, parece seguro y económico.
El chófer pone en marcha el herrumbre motor post-comunista, en un momento el coche fluye por las agujereadas carreteras del este de Moldavia. La llegada a la frontera es rara, está en una depresión terrestre, cerca del río Dniéster. Todos se bajan del automóvil, toca control de seguridad. Allí le dieron un pase limitado para visitar Transnistria, que duraba sólo unas pocas horas. Más tiempo significaba pagar bastante dinero. Una vez levantada la barrera, el móvil se quedó en pantalla gris. Aquí los móviles extranjeros no funcionan, dijo el chófer. Rápidamente cogió su cámara de fotos, no sabía en qué modo ponerla, todo sucedía muy rápido, el estrés hizo ponerla en modo automático. Las moldavas que estaban en los asientos traseros no paraban de reír. El chico se deslizaba por todas las ventanas del coche. El conductor se dio cuenta de la situación, por eso decidió abrir el techo del automóvil.
—Amigo! amigo!, toma fotos desde arriba.— Dijo el conductor.
Los soldados rusos se quedaron anonadados al verle sacar fotos desde el techo del coche.
—Tropas de ¨paz¨ son estos rusos,— dijo el joven moldavo.
Sus caras no eran muy amigables, las A-K 47 colgaban de sus hombros.
El coche paró a un lado de la carretera, era para tomar un refrigerio. La anciana de dientes de oro sonrió desde el puesto ambulante. Vendia kvas, una bebida típica del este. En la mesa había unas extrañas monedas de plástico, parecían de algún juego de mesa pero tenían curso legal. El trayecto en coche siguió hasta Stadoniul Sheriff, campo de fútbol que comparten el FC Tiraspol y FC Sheriff.
—Son el orgullo de la ciudad, Y también un instrumento político.— dice el chófer.
El monovolumen se para en la estación de autobuses de Tiraspol, allí se bajan todos, menos el chófer y el extranjero.
—El conductor quiere darte una vuelta por el centro, así conocerás mejor la ciudad.— Dijo el joven que habla inglés.
El forastero estuvo de acuerdo, y el chófer soltó una risa picaresca. La ruta comenzó al lado de una estatua que mostraba a un hombre a caballo, su acción petrificada daba idea de que era un libertador.Una voz en rumano iba ilustrando cada punto de interés. El conductor de repente era un guía turístico que se daba a entender en un idioma que su oyente no entendía. Pero sus gestos y pasión sobrepasaron la barreras del idioma.
Al pasar delante del edificio del primer ministro de Transnistria, el hombre bloqueó la cámara de fotos con su cuerpo.
—Aquí es peligroso sacar fotos, mejor vamos a otro lugar.— Lanzó el chófer guía.
Entonces se dirigieron hacia el puente de madera que cruzaba el río Dniéster. Desde allí se veía una pequeña playa que estaba en la rivera. Los dos se asomaron a la barandilla metálica del puente. Fue ahí cuando se dieron cuenta de que un hombre muerto flotaba justamente debajo de ellos. El cadáver tenía la cabeza de color violeta, y estaba atado con una cuerda que iba desde su cuello hasta una piedra. A su lado, un policía tomaba notas. La gente ni se inmutaba, los niños de la playa de enfrente seguían nadando como si nada, y los transeúntes que pasaban por el puente no se asomaban para ver el suceso. Era como si estuvieran habituados a ver todos los días un cadáver. El chofer hizo varios gestos que intentaban comunicar que el hombre había muerto por alguna corriente. Sin embargo, el río parecía tranquilo y seguro. Al salir del puente, el chofer se metió por unas calles donde se veían relieves con símbolos comunistas, no eran antiguos, al contrario, era como si la ideología comunista aún no hubiera sucumbido tras la caída de la URSS.
La ciudad era un escenario que hacía retroceder en el tiempo. Los coches de aspecto soviético aún circulaban por las calles. Las bandera “nacional” se ondeaba por los diferentes edificios gubernamentales. Esta era de color rojo con franja verde, la cual lucía una hoz con un martillo coronado por una estrella. La militarización de Transnistria era indudable. En medio de una plaza central se encontraba un tanque de la era soviética, a su alrededor había un monumento dedicado a los caídos en la guerra. Las imágenes de los héroes nacionales eran muy escénicas, estaban uniformados con un centenar de medallas al valor.
La visita al país que no existe iba llegando a su fin. El conductor se dispuso a hacer el intercambio de coche que llevaría a su pasajero hasta Ucrania. Entonces hubo una discusión por dinero, el chófer reclamaba seiscientos leis, moneda en curso de Rumanía, por la visita. Casi ocho veces más de lo que costó el viaje a Transnistria.
—Si no pagas la visita, el otro conductor no vendrá a buscarte, y tendrás problemas con la policía militar.—Argumentó el chófer.
Mientras tanto el chico escondía billetes en los calcetines, y le decía al conductor que no tenía más dinero del que se veía en la billetera. Tras una hora discutiendo por el dinero, el chico pagó la mitad.
—Vosotros los europeos pensáis que la vida es fácil, para ti ese dinero no significa nada, para mí significa alimentar a la familia durante meses.— dijo el el agarrándose el pecho.
El intercambio de vehículo se hizo efectivo, un hombre con cara de ucraniano llegó con otro monovolumen. Subió las maletas, y arrancó tan rápido como si estuviera huyendo de algo. La barrera de la frontera se abrió, tras ella se encontraba de nuevo Moldavia, pero a su vez también estaba la frontera de Ucrania. Todo fue inverosímil.